Cubrirse con la sangre de nuestro Señor Jesucristo es una realidad, y ciertamente tiene sustento bíblico.
Su Palabra dice. “Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio; y no han amado sus vidas hasta la muerte” (Apoc. 12:11)
Por tanto uno de los recursos por los cuales los cristianos han alcanzado victoria sobre el diablo, se encuentra en la sangre de nuestro Señor Jesucristo; paralelamente al efecto de limpieza de nuestras conciencias.
Apocalipsis da testimonio de esta victoria obtenida por la sangre de Cristo.
Asimismo, el libro de Éxodo registra que la sangre del cordero “pascual”, tipo de nuestro Señor Jesucristo, se rociaba sobre los dinteles de las puertas de las casas de los israelitas, y esto les servía como protección frente al ángel de la muerte, que viendo la sangre del cordero pasaba de largo y no había plaga de muerte sobre ellos (Éxodo 12:7,13)
Por tanto ahora, de la misma manera que antaño, Jesucristo, el cordero pascual de Dios, nos protege con su sangre.
Sin embargo, su sangre, o mejor dicho la expresión: “cúbrenos con tu sangre”, no es una fórmula mágica, sino que obedece especialmente a que quien invoca la sangre de Cristo, ya sea para limpieza, bendición, sanidad o protección, lo haga bajo la premisa de haber recibido en su propia vida la obra y efecto de la sangre de Cristo, que por excelencia, está dirigida a la limpieza de los pecados o de la conciencia de obras muertas de cada creyente (Heb. 9:14)
En el Antiguo Testamento, la mayoría de los ritos u oficios de limpieza ceremonial, se realizaban a través de sangre de animales sacrificados, y se usaba por excelencia por rociamiento o derramamiento. Jesús vino a reemplazar aquella sangre de animales, y por su propio sacrificio, beneficia a todos aquellos que hemos creído en su nombre, y el efecto de su sangre, nos limpia del pecado y nos permite entrar en una verdadera e íntima relación con Dios.
Isaías profetizando de nuestro Señor Jesús dice: “Empero el rociará muchas gentes” (Isaías 52:15) De modo que ahora, Jesús está hasta hoy rociando con su sangre los dinteles de la puerta del corazón de aquellos que le han aceptado como su Salvador y así han sido partícipes de la obra regeneradora y redentora de Jesús. Esto permite que, limpios por su sangre, podamos gozar de una perfecta e íntima comunión con la presencia de Dios, al tener, libres de pecado, acceso amplio a la presencia misma de nuestro Dios.
Todos aquellos que hemos sido lavados por la sangre preciosa de Cristo, estamos protegidos de las asechanzas del diablo y de todo mal, pues cubiertos por su sangre, gozamos de aquella protección ya que hemos pasado a ser propiedad de Dios, “comprados a precio de sangre”.
De modo que como decía, no es una fórmula mágica que beneficie a todo aquel que invoca la sangre de Cristo. La sangre de Cristo debe haber realizado su obra en aquel que la invoca, solo entonces tendrá el efecto que uno desea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario