Nosotros estamos en la tierra hoy; somos los protagonistas
de nuestro tiempo. Somos los reyes que Dios tiene, somos los sacerdotes que
Dios tiene en este tiempo, destinados para cosas gloriosas, inmensas, que están
por delante.
Vamos al libro de Apocalipsis. Todo lo que vamos a leer allí
son proclamaciones de victoria.
"Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con
su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre;
a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén" (Apoc.
1:5-6). Él nos amó, nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y además
"nos hizo reyes y sacerdotes". No le bastaba solamente que
estuviésemos limpios. Él necesita reyes y sacerdotes para Dios su Padre. ¡Dios
quiere tener reyes; Dios quiere tener sacerdotes!
Apocalipsis 5 es el capítulo que nos muestra el trono de
Dios y del Cordero, es decir, el lugar más exclusivo del universo, rodeado de
millones y millones de ángeles. Es el Lugar Santísimo del cielo. Es allí donde
se dicen estas cosas, delante del trono de Dios:
"...y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno
eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con
tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y
nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre
la tierra" (Apoc. 5:9-10).
Alimentémonos con la palabra del Señor, hermanos; suba fe y
esperanza a nuestros corazones por la palabra de Dios. El sólo hecho de leer
las Escrituras nos ayuda, nos sana, nos llena de esperanza.
"Bienaventurado y santo el que tiene parte en la
primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que
serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil
años" (Apoc. 20:6). ¿Qué le parece, hermano? ¿Hay esperanza en la
palabra del Señor?
Nosotros no somos simplemente un grupo de personas a quienes
les gusta reunirse y cantar algunos cánticos. No somos unos débiles cristianos,
para vivir oprimidos; somos hombres y mujeres que tenemos la más grande esperanza,
¡la esperanza de vivir y reinar con Él! Y esto, por los siglos de los siglos.
Apocalipsis 22. Aquí ya está la eternidad; aquí ya no está
Satanás, pues fue condenado en el capítulo 20. ¡Se fue al lago de fuego el
acusador de los hermanos, condenado y destruido para siempre! Ése es su
destino. En Apocalipsis 22 tenemos cielos nuevos y tierra nueva, donde mora la
justicia. Ya las bodas del Cordero se consumaron. Aquí se describe una ciudad
que cuenta con un río de agua viva que sale del trono de Dios y del Cordero.
"Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del
Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su
nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de
luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por
los siglos de los siglos" (Apoc. 22:3-5).
Hemos leído algunos versículos del Antiguo Testamento y
algunos del Apocalipsis. ¿Y qué vemos en esto sino una línea recta? Una línea
trazada desde el principio, que tiene un final glorioso. Dios comienza creando
al hombre, y Su propósito es que el hombre señoree sobre todas las bestias, y
aun sobre lo que se arrastra sobre la tierra. Eso es una profecía, porque el
que se arrastra sobre la tierra es la serpiente, y en la Biblia la serpiente es
Satanás el diablo.
De tal manera que el hombre fue creado con el propósito de
señorear. Y al final de las Escrituras vemos el triunfo del Creador, luego que
ha transcurrido toda la historia, que no es muy grata, porque la historia
humana está llena de fracasos, de derrotas, dolor, angustia y muerte; sin
embargo, el propósito de Dios no se desvía a diestra ni a siniestra.
La Biblia no concluye con el Antiguo Testamento, ni en la
mitad del Nuevo Testamento. No hay ningún versículo que diga: 'Pero
lamentablemente, a causa de la infidelidad del pueblo, no se pudo cumplir el
ideal divino'. No se dice eso. ¡Aleluya, hermanos, qué bueno es conocer el
final de la historia!
Esta palabra sirva de aliento para los que están padeciendo
hoy. Sé que hay hermanos aquí que están mordiendo dolorosos fracasos; les hemos
acompañado en sus lágrimas. Pero les tengo una buena noticia: Ese no es el fin
de tu historia; eso que estás viviendo es tan sólo un capítulo de ella, porque
el final de tu historia es lo que acabamos de leer en este libro. ¡Gloria al
Señor!
Al final, el Señor obtiene lo que él quiere. Él tiene reyes
a su lado, porque él es Rey de reyes. Así es que los reyes hoy le rendimos
honor a nuestro Rey. ¡Gloria a nuestro Rey! ¡Bendito sea nuestro Rey!
Hermanos, Adán, que estaba destinado a reinar, a guardar el
huerto, a labrarlo, cedió a la tentación, y junto con su mujer comieron el
fruto que no debían comer. Esto es un alejamiento de esta línea recta, y el
hombre que debía señorear sobre la serpiente, el hombre que estaba destinado a
reinar, se desvió del camino. Luego se sucedieron todas las desgracias de la
humanidad, a partir del fracaso de Adán.
Más tarde, cuando llegamos a los versículos leídos en Éxodo
19, el Señor saca a su pueblo y se propone tener un reino de sacerdotes y gente
santa. ¿Qué es un sacerdote? Es un hombre o una mujer que tiene acceso a Dios.
Cualquiera no puede entrar. Cualquiera no podía entrar en el tabernáculo, sino
sólo los sacerdotes; y al Lugar Santísimo sólo podía entrar el sumo sacerdote.
Un sacerdote es uno que puede entrar, uno que tiene acceso a
Dios. Y como tales, tenemos el privilegio de tener acceso libre a Su presencia
y no ser consumidos por ello. Eso es un sacerdote, alguien que puede entrar en
las cámaras secretas de Dios, que puede entrar en Su tabernáculo, venir al
Lugar Santísimo y hablar con su Dios, rogarle e interceder. Eso es un
sacerdote.
Y un rey es uno que reina. El rey ordena, y lo que él
ordena, se cumple. El rey tiene autoridad. Entre todos los pueblos, el Señor
quiso tener un pueblo escogido – Israel. Pero bien sabemos que ellos
fracasaron. Ellos tenían Dios, y no fueron a su Dios; tenían sacerdocio, y no
respetaron ni ejercieron ese sacerdocio. Tenían profetas, y no les oyeron;
tenían una palabra, y no obedecieron sus enseñanzas. Ellos tenían una mesa bien
servida, y no la comieron.
Hermanos, ¿y qué de nosotros? ¿Tenemos nosotros palabra? Sí,
tenemos las Escrituras. Gracias al Señor por cada versículo de este libro. Lo
tenemos. Pero me pregunto: ¿Lo leemos? Nos debe dar dolor y pena. Y el Espíritu
Santo nos quiere hablar, nos quiere amonestar. No sea que nos pase a nosotros
lo mismo que a Israel, pues se nos ha dado mucho.
Hermanos, Israel podría tener una excusa frente a nosotros.
Ellos tenían el libro de la ley; pero no tenían lo que tú y yo tenemos.
Nosotros tenemos al Espíritu Santo morando en nuestros corazones. Tenemos la
palabra y tenemos el Espíritu. ¿Quién nos reveló que la sangre de Cristo nos
limpia de todo pecado? La Biblia lo dice. Pero la Biblia sólo podría ser letra.
Pero más allá de la letra, el Espíritu de Dios nos ha confirmado su veracidad.
Y lo disfrutamos, porque el Espíritu Santo está en nosotros administrando todos
los tesoros, la sabiduría y la gracia, a nuestro favor.
Además de eso, podemos imaginarnos a un cristiano lleno del
Espíritu, pero solitario, lo cual es una contradicción. Pero hermanos, existe
la iglesia, el cuerpo de Cristo, la comunión de los santos. Yo considero que
esta reunión es un privilegio. Escuchar a una hermana leer las Escrituras, a
otra hermana orar y a otro hermano proclamar, y a los hermanos cantar juntos
alabando al Señor, es un privilegio. Hay muchos hermanos nuestros que no tienen
esta posibilidad.
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