“El Señor es bondadoso y compasivo”
Reflexión desde el Salmo 102, 1-4. 9-12
Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a
su santo Nombre; bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y sana todas tus
dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura.
No acusa de manera inapelable ni guarda rencor
eternamente; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a
nuestras culpas.
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de
inmenso es su amor por los que lo temen; cuanto dista el oriente del occidente,
así aparta de nosotros nuestros pecados.
El Señor es bondadoso y compasivo. En este
bellísimo salmo se canta la benevolencia del Señor, que se muestra indulgente y
comprensivo con el pecador. “Él perdona todas tus culpas y sana todas tus
dolencias” Las exigencias de su misericordia se sobreponen a las
de su justicia, y el corazón arrepentido encuentra siempre el perdón de parte
del Dios que conoce la fragilidad de la naturaleza humana. No es un Juez
acusador, sino un Padre benévolo con sus hijos. No acusa de manera
inapelable ni guarda rencor eternamente.
Fundamentalmente es un himno de acción de gracias y de
alabanza; por su elevación de ideas y por su elegancia literaria, este salmo es
considerado como una de las obras maestras del Salterio. El espíritu del
salmista se refleja en toda su transparencia, muy cerca ya de las perspectivas
cristianas: el Dios paternal y providente se sobrepone al Dios
justiciero del Sinaí.
Dios,
misericordioso y clemente.
El Señor es bondadoso y compasivo. Consciente
de los múltiples favores que debe al Señor, el salmista invita a toda su
personalidad — espiritual y corporal — a reconocerlos y a bendecir su
benevolencia, que se muestra en el perdón de las faltas y en la
curación de sus dolencias físicas: La malicia matará al
impío, y los que aborrecen al justo expiarán. (Sal 33,22). En los momentos
de perder la vida es también quien: “rescata tu vida del sepulcro, te
corona de amor y de ternura”. El quien la rescata de
las fauces amenazadoras de la fosa o sepulcro;. El poeta juega con
la metáfora de la fiera que ataca y está a punto de engullir la presa. “Ya
me cercan sus pasos, clavan sus ojos para echar (me) por tierra” (Sal 16,11). El
salmista tiene experiencia de haber sido milagrosamente liberado de la muerte
inminente, y por eso lo declara abiertamente en reconocimiento de protección
salvadora. Pero su benevolencia no se limita a salvarlo del peligro, sino que
después le colma de bienes conforme a sus deseos; bajo este
aspecto puede decir que su juventud se renueva constantemente
como la del águila, que cambia de plumaje cada año; “El
sacia de bienes tus deseos, renueva tu juventud como la del águila” (Sal
102,5). Quizá haya una alusión a la leyenda antigua del águila, que,
volando hacia el sol, cae después en el mar para salir renovada de sus aguas, o
a la fábula del ave fénix, que renace de sus cenizas.
El Señor, en su proceder con los hombres y los pueblos, se
amolda a las exigencias de su justicia y equidad, y por eso
despliega su protección sobre los oprimidos. Su misericordia se
manifestó especialmente en la azarosa historia de Israel cuando se formaba como
colectividad teocrática. Llevado de su amor al pueblo elegido, mostró los caminos de
su Ley a Moisés, y exhibió su poder en no pocas proezas deslumbradoras
para protegerlo y auxiliarlo en momentos críticos. En todas sus actuaciones se
mostró tardo a la ira, perdonando las
transgresiones del pueblo rebelde y de dura cerviz y mostrándose siempre benevolente;
“El Señor es misericordioso y benigno, tardo a la ira y muy
benevolente”. (Sal 102,8). No es un fiscal que
está siempre acusando y procurando litigios con los seres
humanos, y menos con los fieles de su pueblo; y si se irrita
contra él, depone pronto su cólera, sin guardar rencor alguno
permanente. En realidad, Dios castiga siempre menos de lo que los seres humanos merecen
por sus pecados: Y hará salir como la luz tu justicia, y tu derecho como el
mediodía.
La
compasión paternal de Dios
La protección divina sobre los fieles a la Ley se
manifiesta de modo inconmensurable, parecida a la distancia de los cielos a la
tierra: “Y hará salir como la luz tu justicia, y tu derecho como el
mediodía” (Sal 36,6). Pero esta actitud divina se muestra también en
la facilidad de “perdonar todas las culpas “de sus
protegidos: “... porque te echaste a la espalda todos mis
pecados.” (Isaías (SBJ) 38). Es la conducta del padre para con
sus hijos. En realidad, nadie mejor que Dios conoce la fragilidad humana: “No
recuerdes para nuestro mal las iniquidades de antaño; apresúrate y sálgannos al
encuentro tus misericordias, que estamos abatidos sobremanera. Socórrenos, ¡OH
Dios, Salvador nuestro! por la gloria de tu nombre, líbranos y perdona nuestros
pecados por tu nombre” (Sal 78, 8-9). Pues sabe que el hombre ha sido
formado del polvo. Justamente por ello, su vida es efímera como la de la hierba
y la flor, que se agostan con los primeros
vientos solanos. En contraste con el carácter transitorio y fugaz de la vida
humana está la piedad divina, que se extiende a
los que le temen durante generaciones, y su justicia protege a los suyos de
padres a hijos: “Pero la piedad de Yahvé es eterna para los que le temen, y
su justicia para los hijos de los hijos” (Sal 102, 17). Pero esto está
condicionado a la observancia de su alianza, concretada en los mandamientos.
“así de inmenso es su amor por los que lo temen”
Doy gracias al Señor de todo corazón, (Sal 110,1), Demos
gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia, (Sal
117,1), cantemos con alegría: R. El Señor es bondadoso y
compasivo.
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